Mucha gente —incluso gente inteligente— no sabe cómo lidiar con su mente, con sus emociones,

con la vida en general.


Yo no supe parar, y tuve que necesité aprender a hacerlo, y estoy viva porque lo conseguí.


Todo sucedió de golpe, sin aviso… ¿sin aviso?, ja.


No paré a tiempo, y la vida se encargó de hacerlo por mí.


¿Te suena?


Es muy probable que conozcas a alguien que ha tenido un problema de salud gordo, un susto serio

o varias “llamadas de atención”, cada una más grave que la anterior.


En mi caso todo empezó con insomnio crónico y le siguió un cáncer de mama. Ahora estoy bien,

porque paré y sané.

Simplemente no quería morirme. Aún no.

Eso es lo que yo tenía en la cabeza hace unos años cuando caí enferma. Enferma de estrés,

de ansiedad, de exceso de responsabilidad y control.


Me tomaba la vida demasiado en serio y no me di cuenta hasta que (casi) fue demasiado tarde.


No me di cuenta por qué iba en piloto automático, como cuando vas conduciendo en coche

y llegas a tu destino, y no sabes ni cómo lo has hecho.


Así de real, y así de peligroso.


Lo que me pasó no fue algo leve, ni sencillo. El tratamiento fue duro y largo.


Aún recuerdo el shock del diagnóstico, no me lo esperaba, no lo vi venir. Como le pasa a miles

y miles de personas.


No paré, hasta que la vida no me dio una hostia, y me dio tanto miedo que me puse

en modo búsqueda.


No quería volver a pasar por lo mismo, vivía con miedo, no controlaba mi vida, ni mucho menos

mi cuerpo.


Mi mente, tenía vida propia, estaba desbocada. Estar en silencio conmigo misma era, posiblemente, lo peor. No me gusto ver lo asustada y perdida que estaba. Incapaz de controlar mis miedos y un sentimiento de soledad, aún rodeada de mucha gente, que no comprendía.


Leí, pregunté, busqué… y encontré, o esto me encontró a mí. No lo tengo muy claro, porque a veces las formas suceden de un modo que no te imaginas.


Recuerdo perfectamente mi primera sesión de meditación, lo que sentí, lo que pensé, mi actitud

decidida, mi click mental… pero eso te lo contaré en un mail, otro día, ahora no.

Sigo.


Leí, estudié, practiqué, dejé de practicar, mejoré, lo dejé, volví a empezar…hasta que me di cuenta, por experiencia propia, de lo que me funcionaba y lo que no.


Fui desbrozando el polvo de la paja, como se dice.


Comprehendí.


Sí, comprehender, con hache intercalada. No verás mucho esta palabra, ya casi nadie la utiliza,

pero está bien escrita, créeme.


No es lo mismo comprender que comprehender, el primero es sinónimo de entender, el segundo

término va más allá del entendimiento o la comprensión intelectual, implica la experimentación,

práctica y vivencia directa.


Cuando eso sucedió, pasaron cosas. De repente dejé de ser la que se dejaba guiar, a facilitar yo meditaciones y grupos. De ir a cursos, a impartirlos. De ser ayudada, a ayudar a los demás a cuidarse.


Me dicen que tengo un don. Ayudar a la gente se me da bien. Y mis meditaciones fluyen

con naturalidad.


Y ahí estoy yo, poniendo en práctica lo que estudiado y aplicado durante años.


Lo que me han funcionado, a mí y a muchas personas con las que he compartido todo lo que sé en grupos de meditación y atención plena. Gente de todo tipo, con estrés, ansiedad, con cáncer,

enfermos terminales, cuidadores de familiares dependientes (Alzheimer, demencias…) y también

con personas que buscaban simplemente sentido a lo que hacían, a sus vidas…

Ahora lo simplifico, lo grabo y lo comparto a través de una membresía mensual,

en la que cada semana te comparto una meditación grabada por mí.

Sin dogmas, ni doctrinas, sencillo y práctico.


Escribo y diseño meditaciones basadas en la atención plena, para gente sin tiempo, pero valiente.


Mi newsletter es un punto de encuentro, donde cuento todo lo que sé y he aprendido de mundo de la meditación y el mindfulness.


Lo que me ha funcionado y lo que no. Todo lo que he probado, estudiado y aplicado en mis talleres, cursos y prácticas. Lo hago de forma casi diaria.

Por cierto.


Me llamo Irene.